No quise ir a ve la película del capitán Alatriste, porque en general, las películas donde hay muchos protagonistas famosos, en donde se verá una atmosfera enrarecida debido a que los directores de cine asocian las épocas antiguas con atmósferas sofocantes, me dejan siempre la sensación de escenario irreal.
Entre otras cosas son escenarios en donde da la sensación que hace mucho frío y ya no estoy para sentir frío, menos si el frío es sugerido desde la pantalla, porque me sugestiona y comienzo a sentirlo en serio, pero cuando se tienen sobrinos, no se puede elegir.
España en el siglo de oro era como un iceberg, la gente de la época sufría lo mismo que nosotros, dominio por parte de los militares, de los nobles, de la iglesia, además del frío; a quién le puede gustar desarrollar una aventura con semejante clima.
El día que el cine tenga incorporado olor, sabremos que en realidad, en esa época todos olían muy mal, sobre todo cuando una espada abre un intestino y se vuelca en la escena todo lo que aún va en camino de digerirse.
Pero en el cine, el olor a pochoclo te desacomoda el clima de la película, no te la terminas de creer, porque a pesar que la banda sonora deja oír el zumbido de una espada, conversaciones alejadas del personaje, la masticación del público invade la película.
Lo que me impresionó fue el detalle visible de la imagen de la gota cristalina que corre por un cántaro del aguador de Velazquez, en la decadencia de los edificios, la decrepitud, el óxido, la extrema lujuria de las vestimentas, las exuberancia de las joyas, la opulencia de los salones y por contraste, el negro austero y eterno de la ropa de los hidalgos.
Mi sobrino parecía estar corriendo una carrera de masticadores, entre los ruidos, los eructos de los niños, el silbido del sorbete de gaseosas y el olor a pochoclo, es muy difícil meterse en una película de época.
Me pregunto si Pérez-Reverte, el autor sobre el que se basa la película, imaginó realmente todo ese escenario opulento combinado con el olor a palomita de maíz.
Julio Montes. |